En
ese billar, a pocos metros del parque principal de Aracataca,
vecino a un café en el que se escuchan a todo volumen vallenatos,
boleros y rancheras, Arias no pierde la compostura pese a errar
jugada tras jugada.
EN
LA QUE NACIÓ HACE 80 AÑOS…
El aire, por momentos irrespirable. El sopor,
la atmósfera caliente, húmeda, dificulta el movimiento.
Sin embargo, Nicolás, debajo del ventilador de aspas de
su "oficina" de Aracataca, desgrana recuerdos, entre
jugada y tacada, y habla de su primo y de su familia y su infancia
en esta somnolienta localidad del norte de Colombia, de no más
de 25.000 habitantes en el casco urbano, y en la que nació
hace 80 años Gabriel García Márquez.
Mediodía. Aventurarse, por ejemplo, a caminar
por la línea férrea, a unos 40 grados, se convierte
en un desafío a los fantasmas que rondan a Macondo, en
esta tierra verde, que reverbera en Aracataca, su nombre en el
mapa y en la realidad.
Es
el momento en el que uno quiere que descargue el cielo un aguacero
universal que dure años y que refresque esta tierra reseca,
estas calles de arena y piedra, de cemento, otras destapadas y
polvorientas, y que reverdezcan las hojas de los almendros, los
pivijais y los mangos, en marzo de celebraciones.
EL
HIJO MÁS ILUSTRE.
Son
las mismas calles, la misma vía del tren que recorría
a comienzos de los años treinta del siglo pasado, el hijo
más ilustre de Aracataca, de la mano de su abuelo, el coronel
Nicolás Ricardo Márquez, esposo de Tranquilina Iguarán,
y quien llegó un buen día a esta ardiente localidad
desde el norteño departamento de La Guajira.
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El
colegio Montessori donde estudió G.Marquez |
Casi
80 años después sigue pasando el tren, más
de diez veces, día y noche, pero ahora no con banano. Una
máquina más moderna, interrumpe la tranquilidad.
Bien cuando se duerme la siesta de la tarde o el sueño
más profundo de la madrugada, un pito sonoro, prolongado,
rompe el aire de Aracataca. Cruzan más de cien vagones
cargados de carbón.
Es la línea férrea que delimita,
además, las calles de cemento del centro del municipio
con las polvorientas de los barrios periféricos, sacudidos
decenas de veces por el trepidante paso del monstruo de hierro.
Las mismas calles en las que se sobrecogió
el pequeño "Gabito" con los beneficios del progreso:
descubrió el hielo de los refrigeradores de la época.
También los sonidos musicales que salían de unas
cajas misteriosas, y por los mismos días en que "conoció"
a los "amaines" (duendes) con los que amenazaba su abuela
Tranquilina cuando no obedecía.
Nicolás Arias nos recibe en su casa del
barrio El Carmen, junto a su mujer Aydeé Galán,
con quien tiene una venta de cerveza y refrescos, en una noche
de tenue brisa, que sacude suavemente su pelo totalmente blanco.
Enseña las fotos con su primo y con su "tía"
la "niña Luisa" (Santiaga), la madre de García
Márquez.
SIN
DISIMULAR SU ORGULLO.
Es
hijo de uno de los 17 hijos ilegítimos del coronel Márquez,
el abuelo de "Gabo", y sin disimular su orgullo, muestra
las fotografías dedicadas por el propio primo y en las
que aparece junto a la "niña Luisa".
Nicolás Arias
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"Ellos
han venido aquí. Han tomado cerveza aquí",
dice Nicolás, que levanta la mano derecha para señalar
el lugar en el que el escritor se ha sentado, mientras un
sobrino, que es policía y que también bebe,
asiente y revela: "yo también escribo".
Ambos
niegan que "Gabito" haya llegado en ocasiones
de noche a Aracataca, clandestinamente, como afirman otros
cataqueros.
Aydeé
Galán sirve más cervezas y Rafael Jiménez,
director de la casa Museo García Márquez,
apura la anterior para recibir otra botella, mientras un
nuevo sobrino se suma a la nostalgia de Nicolás,
que aún no cumple 72 años y señala
que él también está "orgulloso
de tener un Premio Nobel" en la familia.
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Alguien
más recorre episodios de la infancia de García Márquez.
Es Alfredo Correa, conocido como "Feyo", y quien, igualmente,
enseña fotografías, algunas amarillentas, en las
que aparecen Gabo más joven, el compositor de vallenato
Rafael Escalona, el también escritor Alvaro Cepeda, y su
hermano Luis Carmelo Correa ("Lucho"), fallecido hace
tres años.
"Lucho" trabajó muchos años
en Aracataca en la Compañía Frutera de Sevilla,
que fue creada cuando se fue del Pueblo la United Fruit Company,
en los años de la bonanza del banano.
"Lucho era el gran amigo de Gabito cuando
estaban niños. Fueron al María Montessori",
el colegio infantil que todavía funciona, y en el que García
Márquez, gracias a la profesora Rosa Fergusson, aprendió
a escribir y a leer, rememora Correa.
SANCOCHO
TRIFÁSICO.
El, García Márquez, "siempre
buscaba a Lucho cuando venía a Colombia", señala
"el Feyo", que no refleja sus 78 años, apariencia
de vikingo, bigote blanco, ojos vivaces, piel curtida y escaso
pelo, y quien acaricia a una de sus nietas. "El Feyo"
fue ebanista y carpintero y lamenta con nostalgia que Gabo no
haya vuelto a Aracataca.
"Es mentira lo que dicen, que llegaba por
las noches al pueblo y después de una parranda con ron
o whisky se iba", apunta, y sus ojos brillan. "Qué
más quisiéramos, que se presente así, para
celebrar", añade, y sonríe maliciosamente.
"Una
de las últimas veces que vino, se comió un 'sancocho
trifásico' (sopa de varias carnes con plátano, yuca
y papa, acompañada con arroz) y bebimos. Fue justo al año
de recibir el Nobel, en 1983 (...)" dice Correa.
Exprime
la memoria, y con un dejo de nostalgia, señala que a comienzos
de 1991, "cuando investigaba en Santa Marta para escribir
sobre Bolívar ('El general en su laberinto'), llamó
a Lucho y le dijo: ‘oye, reúne a los amigos que voy
para allá (...)’.
"El
quería hacer el viaje en tren, pero tuvo que hacerlo
en carro", señala Correa quien vuelve a acariciar
a su nieta de dos años. El vehículo, en el
que también venía Mercedes (Barcha), la esposa
del escritor, "llegó a la finca Tequendama"
en la que "se armó la parranda. El quería
vallenatos, y vallenatos tuvo". |
Unas
personas juegan a las damas en la estación abandonada.
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"Nos
vinimos para el pueblo", ya de noche, añade Correa,
y frena la frase para decir que alguien se atravesó al
vehículo. "El carro paró en seco y entonces
una persona, con botella en mano dijo 'eche Gabo, no joda. Toma
ron con nosotros (...) e invita (...)'".
El, García Márquez, asegura el "Feyo"
Correa, "bebió un sorbo largo y le entregó
un papel que decía: 'vale por 10 botellas de ron caña',
y lo firmó", de puño y letra. "Sería
bueno encontrar hoy ese vale", reflexiona.
"GABITO
FUE UN NIÑO VIEJO".
"¿Que cómo era Gabito de niño?
Era un niño como un viejo. Todo lo hacía como los
viejos. Pensaba mucho las cosas. Era muy detallista (…)
y todo eso porque vivía con el abuelo, un hombre muy serio",
dice.
Las dos familias, Márquez y Correa, vivían
en la misma calle, la de Monseñor Espejo, centro de Aracataca,
que en sus andenes tenía, y aún tiene, almendros,
pivijais o higuerones, y mangos, que dan buena sombra.
Y es que Aracataca, que engendró el universo
mítico de Macondo en las novelas, a menos de hora y media
de viaje desde la caribeña Santa Marta, aunque es muy caliente,
ya no es tan polvorienta como la recuerda el escritor.
Desde el pueblo, que duerme la siesta de la tarde,
solo se escucha la sirena del tren y se divisa una mole azul verdosa
que llega al mar: la Sierra Nevada de Santa Marta. Se aprecian
alrededor enormes plantaciones de banano que cada día ceden
más a los cultivos de palma, "que traerá una
nueva depresión", según sus habitantes. Y es
que más de uno, el propio García Márquez,
han sido testigos de las bonanzas de la "fiebre bananera"
y las posteriores depresiones económicas.
Los
mismos cataqueros, gentilicio de los nacidos en el pueblo, recuerdan
"los años dorados" cuando las vajillas de porcelana
con bordes de otro llegaban de París y del Oriente, los
pianos de Italia y Alemania, y las telas y sedas de China. Hervían
de compradores la "calle de Los Turcos", los locales
de juegos de azar, los cafés y las ventas de textiles,
joyas y bisuterías.
Un
bici-taxi pasa ante la casa del telegrafista donde trabajó
el padre de G.Marquez. |
Rememoran
la llegada de los primeros refrigeradores y del primer cinematógrafo
cuando apenas apuntaba el siglo pasado y las compañías
bananeras trajeron plantas eléctricas.
Son
los mismos habitantes que dicen haberse topado en la calle,
en cualquier rincón, en la gallera, en un café,
y a cualquier hora, con el coronel Aureliano Buendía,
con Ursula Iguarán o "con una recua de gitanos".
Igualmente
se puede encontrar a alguien que vio cómo Remedios
La Bella sube al cielo o que tiene pescados de oro de los
que fabricaba el coronel Buendía, y que en algunos
descampados revolotean las mariposas amarillas como en los
mejores tiempos.
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LOS
AROMAS DEL CARIBE.
Persisten en la atmósfera el clima del
Caribe, los aromas que llegan del mar, la humedad, el bullicio
o la quietud en las calles, los techos de palma y de zinc, grises
y color café, la sombra de almendros o de higuerones, y
las begonias en los pasamanos de los corredores de las casas de
puertas abiertas.
También está ahí la estación
del tren, la gallera, una legendaria casa de citas, el "puente
de los varados" (en el que esperaban trabajo los obreros
agrícolas desempleados), y los cafés, billares,
ferreterías, farmacias, carnicerías y la oficina
del telégrafo en la que recibía y despachaba los
telegramas de amor el padre de Gabito,
Tropieza uno con una pareja de indios arhuacos
que venden mochilas tejidas en lana, y con las decenas de locales
de venta de minutos de teléfono celular. Todas esas calles,
por las que circulan bicicletas taxis, conducen a la plaza principal.
Sigamos por la línea férrea en el
mediodía canicular y aparece una construcción fantasma:
la vieja estación ferroviaria a la que la humedad ha afectado
paredes y puertas, y allí, en antiguos escaños de
mármol sin espaldar, juegan dominó cuatro hombres
y algunos mozalbetes miran cómo discurre la partida.
Más adelante, en la misma dirección
de los trenes, desde un puente sobre el río que da nombre
al pueblo, se ve a los jóvenes y niños que se refrescan
al lado de las lavanderas que golpean contra las piedras piezas
de ropa mientras cantan. En la misma estación esperó
por años el coronel la orden de jubilación en el
saco de correo que traía el tren.
También en el centro del pueblo, al lado
de otro parque, está el colegio María Montessori,
que conserva sus salones de techos altos y pisos como tableros
de ajedrez, con baldosas de la época, brillantes aún,
y que han soportado a generaciones de cataqueros.
Llegamos
a la casa del Premio Nobel de Literatura de 1982. Es una construcción
similar a la mayoría de las que hay en Aracataca, aunque
con mucho deterioro.
Graffitti con la cara de G.Marquéz
|
Está
situada "al lado del lote del muerto y donde salían
los amaines (duendes) ", según le decía
la abuela Tranquilina, recuerdan los estudiosos de la vida
del novelista, y aluden al miedo que le producía
pasar por ese lugar, como señala Rafael Jiménez
director de la Casa Museo de García Márquez. |
Algunos
de sus techos son de zinc y en el corredor de las begonias en
el que la madre, hermanas y otras habitantes de la casa recibían
el fresco de la tarde mientras tejían, ya no hay flores.
Al fondo, el gigantesco higuerón que da sombra al solar
y al auditorio Ursula Iguarán y a otras dependencias, que
con el paso del tiempo están muy deterioradas pero que,
para la celebración de los 80 años del escritor,
el Gobierno anunció que remozará.