11 de marzo de 2007
  • Nicolás Arias pasa buena parte del día en el billar y no le importa que pasen y pasen las horas. Unta el taco con la tiza azul, se agacha y pierde una vez más.

En ese billar, a pocos metros del parque principal de Aracataca, vecino a un café en el que se escuchan a todo volumen vallenatos, boleros y rancheras, Arias no pierde la compostura pese a errar jugada tras jugada.

EN LA QUE NACIÓ HACE 80 AÑOS…

El aire, por momentos irrespirable. El sopor, la atmósfera caliente, húmeda, dificulta el movimiento. Sin embargo, Nicolás, debajo del ventilador de aspas de su "oficina" de Aracataca, desgrana recuerdos, entre jugada y tacada, y habla de su primo y de su familia y su infancia en esta somnolienta localidad del norte de Colombia, de no más de 25.000 habitantes en el casco urbano, y en la que nació hace 80 años Gabriel García Márquez.

Mediodía. Aventurarse, por ejemplo, a caminar por la línea férrea, a unos 40 grados, se convierte en un desafío a los fantasmas que rondan a Macondo, en esta tierra verde, que reverbera en Aracataca, su nombre en el mapa y en la realidad.

Es el momento en el que uno quiere que descargue el cielo un aguacero universal que dure años y que refresque esta tierra reseca, estas calles de arena y piedra, de cemento, otras destapadas y polvorientas, y que reverdezcan las hojas de los almendros, los pivijais y los mangos, en marzo de celebraciones.

EL HIJO MÁS ILUSTRE.

Son las mismas calles, la misma vía del tren que recorría a comienzos de los años treinta del siglo pasado, el hijo más ilustre de Aracataca, de la mano de su abuelo, el coronel Nicolás Ricardo Márquez, esposo de Tranquilina Iguarán, y quien llegó un buen día a esta ardiente localidad desde el norteño departamento de La Guajira.

El colegio Montessori donde estudió G.Marquez

Casi 80 años después sigue pasando el tren, más de diez veces, día y noche, pero ahora no con banano. Una máquina más moderna, interrumpe la tranquilidad. Bien cuando se duerme la siesta de la tarde o el sueño más profundo de la madrugada, un pito sonoro, prolongado, rompe el aire de Aracataca. Cruzan más de cien vagones cargados de carbón.

Es la línea férrea que delimita, además, las calles de cemento del centro del municipio con las polvorientas de los barrios periféricos, sacudidos decenas de veces por el trepidante paso del monstruo de hierro.

Las mismas calles en las que se sobrecogió el pequeño "Gabito" con los beneficios del progreso: descubrió el hielo de los refrigeradores de la época. También los sonidos musicales que salían de unas cajas misteriosas, y por los mismos días en que "conoció" a los "amaines" (duendes) con los que amenazaba su abuela Tranquilina cuando no obedecía.

Nicolás Arias nos recibe en su casa del barrio El Carmen, junto a su mujer Aydeé Galán, con quien tiene una venta de cerveza y refrescos, en una noche de tenue brisa, que sacude suavemente su pelo totalmente blanco. Enseña las fotos con su primo y con su "tía" la "niña Luisa" (Santiaga), la madre de García Márquez.

SIN DISIMULAR SU ORGULLO.

Es hijo de uno de los 17 hijos ilegítimos del coronel Márquez, el abuelo de "Gabo", y sin disimular su orgullo, muestra las fotografías dedicadas por el propio primo y en las que aparece junto a la "niña Luisa".


Nicolás Arias

"Ellos han venido aquí. Han tomado cerveza aquí", dice Nicolás, que levanta la mano derecha para señalar el lugar en el que el escritor se ha sentado, mientras un sobrino, que es policía y que también bebe, asiente y revela: "yo también escribo".

Ambos niegan que "Gabito" haya llegado en ocasiones de noche a Aracataca, clandestinamente, como afirman otros cataqueros.

Aydeé Galán sirve más cervezas y Rafael Jiménez, director de la casa Museo García Márquez, apura la anterior para recibir otra botella, mientras un nuevo sobrino se suma a la nostalgia de Nicolás, que aún no cumple 72 años y señala que él también está "orgulloso de tener un Premio Nobel" en la familia.

Alguien más recorre episodios de la infancia de García Márquez. Es Alfredo Correa, conocido como "Feyo", y quien, igualmente, enseña fotografías, algunas amarillentas, en las que aparecen Gabo más joven, el compositor de vallenato Rafael Escalona, el también escritor Alvaro Cepeda, y su hermano Luis Carmelo Correa ("Lucho"), fallecido hace tres años.

"Lucho" trabajó muchos años en Aracataca en la Compañía Frutera de Sevilla, que fue creada cuando se fue del Pueblo la United Fruit Company, en los años de la bonanza del banano.

"Lucho era el gran amigo de Gabito cuando estaban niños. Fueron al María Montessori", el colegio infantil que todavía funciona, y en el que García Márquez, gracias a la profesora Rosa Fergusson, aprendió a escribir y a leer, rememora Correa.

SANCOCHO TRIFÁSICO.

El, García Márquez, "siempre buscaba a Lucho cuando venía a Colombia", señala "el Feyo", que no refleja sus 78 años, apariencia de vikingo, bigote blanco, ojos vivaces, piel curtida y escaso pelo, y quien acaricia a una de sus nietas. "El Feyo" fue ebanista y carpintero y lamenta con nostalgia que Gabo no haya vuelto a Aracataca.

"Es mentira lo que dicen, que llegaba por las noches al pueblo y después de una parranda con ron o whisky se iba", apunta, y sus ojos brillan. "Qué más quisiéramos, que se presente así, para celebrar", añade, y sonríe maliciosamente.

"Una de las últimas veces que vino, se comió un 'sancocho trifásico' (sopa de varias carnes con plátano, yuca y papa, acompañada con arroz) y bebimos. Fue justo al año de recibir el Nobel, en 1983 (...)" dice Correa.

Exprime la memoria, y con un dejo de nostalgia, señala que a comienzos de 1991, "cuando investigaba en Santa Marta para escribir sobre Bolívar ('El general en su laberinto'), llamó a Lucho y le dijo: ‘oye, reúne a los amigos que voy para allá (...)’.

"El quería hacer el viaje en tren, pero tuvo que hacerlo en carro", señala Correa quien vuelve a acariciar a su nieta de dos años. El vehículo, en el que también venía Mercedes (Barcha), la esposa del escritor, "llegó a la finca Tequendama" en la que "se armó la parranda. El quería vallenatos, y vallenatos tuvo".


Unas personas juegan a las damas en la estación abandonada.

"Nos vinimos para el pueblo", ya de noche, añade Correa, y frena la frase para decir que alguien se atravesó al vehículo. "El carro paró en seco y entonces una persona, con botella en mano dijo 'eche Gabo, no joda. Toma ron con nosotros (...) e invita (...)'".

El, García Márquez, asegura el "Feyo" Correa, "bebió un sorbo largo y le entregó un papel que decía: 'vale por 10 botellas de ron caña', y lo firmó", de puño y letra. "Sería bueno encontrar hoy ese vale", reflexiona.

"GABITO FUE UN NIÑO VIEJO".

"¿Que cómo era Gabito de niño? Era un niño como un viejo. Todo lo hacía como los viejos. Pensaba mucho las cosas. Era muy detallista (…) y todo eso porque vivía con el abuelo, un hombre muy serio", dice.

Las dos familias, Márquez y Correa, vivían en la misma calle, la de Monseñor Espejo, centro de Aracataca, que en sus andenes tenía, y aún tiene, almendros, pivijais o higuerones, y mangos, que dan buena sombra.

Y es que Aracataca, que engendró el universo mítico de Macondo en las novelas, a menos de hora y media de viaje desde la caribeña Santa Marta, aunque es muy caliente, ya no es tan polvorienta como la recuerda el escritor.

Desde el pueblo, que duerme la siesta de la tarde, solo se escucha la sirena del tren y se divisa una mole azul verdosa que llega al mar: la Sierra Nevada de Santa Marta. Se aprecian alrededor enormes plantaciones de banano que cada día ceden más a los cultivos de palma, "que traerá una nueva depresión", según sus habitantes. Y es que más de uno, el propio García Márquez, han sido testigos de las bonanzas de la "fiebre bananera" y las posteriores depresiones económicas.

Los mismos cataqueros, gentilicio de los nacidos en el pueblo, recuerdan "los años dorados" cuando las vajillas de porcelana con bordes de otro llegaban de París y del Oriente, los pianos de Italia y Alemania, y las telas y sedas de China. Hervían de compradores la "calle de Los Turcos", los locales de juegos de azar, los cafés y las ventas de textiles, joyas y bisuterías.


Un bici-taxi pasa ante la casa del telegrafista donde trabajó el padre de G.Marquez.

Rememoran la llegada de los primeros refrigeradores y del primer cinematógrafo cuando apenas apuntaba el siglo pasado y las compañías bananeras trajeron plantas eléctricas.

Son los mismos habitantes que dicen haberse topado en la calle, en cualquier rincón, en la gallera, en un café, y a cualquier hora, con el coronel Aureliano Buendía, con Ursula Iguarán o "con una recua de gitanos".

Igualmente se puede encontrar a alguien que vio cómo Remedios La Bella sube al cielo o que tiene pescados de oro de los que fabricaba el coronel Buendía, y que en algunos descampados revolotean las mariposas amarillas como en los mejores tiempos.

LOS AROMAS DEL CARIBE.

Persisten en la atmósfera el clima del Caribe, los aromas que llegan del mar, la humedad, el bullicio o la quietud en las calles, los techos de palma y de zinc, grises y color café, la sombra de almendros o de higuerones, y las begonias en los pasamanos de los corredores de las casas de puertas abiertas.

También está ahí la estación del tren, la gallera, una legendaria casa de citas, el "puente de los varados" (en el que esperaban trabajo los obreros agrícolas desempleados), y los cafés, billares, ferreterías, farmacias, carnicerías y la oficina del telégrafo en la que recibía y despachaba los telegramas de amor el padre de Gabito,

Tropieza uno con una pareja de indios arhuacos que venden mochilas tejidas en lana, y con las decenas de locales de venta de minutos de teléfono celular. Todas esas calles, por las que circulan bicicletas taxis, conducen a la plaza principal.

Sigamos por la línea férrea en el mediodía canicular y aparece una construcción fantasma: la vieja estación ferroviaria a la que la humedad ha afectado paredes y puertas, y allí, en antiguos escaños de mármol sin espaldar, juegan dominó cuatro hombres y algunos mozalbetes miran cómo discurre la partida.

Más adelante, en la misma dirección de los trenes, desde un puente sobre el río que da nombre al pueblo, se ve a los jóvenes y niños que se refrescan al lado de las lavanderas que golpean contra las piedras piezas de ropa mientras cantan. En la misma estación esperó por años el coronel la orden de jubilación en el saco de correo que traía el tren.

También en el centro del pueblo, al lado de otro parque, está el colegio María Montessori, que conserva sus salones de techos altos y pisos como tableros de ajedrez, con baldosas de la época, brillantes aún, y que han soportado a generaciones de cataqueros.

Llegamos a la casa del Premio Nobel de Literatura de 1982. Es una construcción similar a la mayoría de las que hay en Aracataca, aunque con mucho deterioro.


Graffitti con la cara de G.Marquéz
Está situada "al lado del lote del muerto y donde salían los amaines (duendes) ", según le decía la abuela Tranquilina, recuerdan los estudiosos de la vida del novelista, y aluden al miedo que le producía pasar por ese lugar, como señala Rafael Jiménez director de la Casa Museo de García Márquez.

Algunos de sus techos son de zinc y en el corredor de las begonias en el que la madre, hermanas y otras habitantes de la casa recibían el fresco de la tarde mientras tejían, ya no hay flores. Al fondo, el gigantesco higuerón que da sombra al solar y al auditorio Ursula Iguarán y a otras dependencias, que con el paso del tiempo están muy deterioradas pero que, para la celebración de los 80 años del escritor, el Gobierno anunció que remozará.

 
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